El niño que habló con los muertos es la prueba de que en ocasiones, ocurren cosas en el mundo que no tienen explicación. Cosas que las personas que las viven prefieren no contar por miedo al ridículo, por miedo a que los tomen por locos.
Desde siempre, por todo el mundo se ha hablado de muchas historias sobre personas capaces de comunicarse con los muertos y cada uno que las ha oído saca sus propias conclusiones. Esta es una de esas historias. Yo no voy a decir si es cierta o no, solo voy a dejar que cada uno de vosotros decida por si mismo.
El niño que habló con los muertos 💀
Todo transcurre en el cementerio de una pequeña población llamada Aljucer, donde se encuentra enterrada parte de mi familia. Yo soy una persona que solo visita los cementerios por cuestiones de trabajo, a pesar de no olvidar nunca a mis seres queridos que se encuentran sepultados en ellos.
En el cementerio de Aljucer, cuando transcurrieron estos echos, yo solo tenia un abuelo enterrado, la persona que para mi fue una referencia en mi niñez, la persona que era mi ejemplo a seguir en la vida.
Aún así, solo voy a visitarlo cuando tengo trabajo, porque creo que sus restos están allí, pero él esta conmigo siempre (o eso creía hasta este revelador día).
Un día como otro cualquiera para mi, recibí un aviso para atender un servicio por fallecimiento de una persona, rápidamente atendí a la familia, trasladé el cuerpo al tanatorio que eligieron, lo acondicioné y tomé nota del servicio con los familiares, que me informaron el deseo de enterrar en el cementerio de Aljucer. Yo, cada vez que mi empresa tiene un entierro allí solicito que me dejen hacerlo para visitar a mi abuelo y así lo hice una vez más.
Todo transcurrió con normalidad hasta la llegada al cementerio. Una vez allí, mientras el enterrador realiza su trabajo, yo visito la tumba de mi abuelo, pero en esta ocasión, algo fue distinto.
El cementerio se divide en largas calles con fosas a ambos lados de ellas, unas junto a otras, casi sin sitio para poder entrar entre dos de ellas. Un poco más adelante de la tumba de mi abuelo, se encontraban unas mujeres limpiando una lápida. Estaban lo suficientemente lejos de mi como para no sentir ningún tipo de curiosidad por ellas, habían dos mujeres y un niño.
Mientras una de las mujeres limpiaba, podía oír a la otra diciéndole:
- Limpia ese trozo de allí, que tiene polvo.
El niño iba de la mano de la mujer que daba las indicaciones.
Yo, también le hablo a mis muertos en el cementerio, así que cuando llegué a pie de fosa, saludé a mi abuelo.
La mujer que sujetaba al niño, parecía nerviosa dando indicaciones a la que estaba limpiando y soltó la mano del chiquillo, que sin pensarlo se vino hasta donde yo estaba. El niño no tendría más de ocho o nueve años, se me acercó y me saludó.
-Hola.
-Hola - le contesté-
-Dice que ¿porqué no vienes más a verlo? y que te quiere mucho.-dijo el niño señalando la foto de mi abuelo.
En ese momento, se me abrieron los ojos como platos y me estremecí. Jodido niño, me ha acojonado por un momento.
-Antonio!!! Ven aquí!!!- chilló la madre.
-Adiós- me dijo el niño, muy educadamente antes de irse corriendo con la mujer.
Yo estaba sin palabras, durante el tiempo que estuve allí, observé más a la pareja de mujeres y al niño, que la fosa de mi abuelo, por el comentario que hizo que me erizase. Pero estaba trabajando, así que me marché a terminar de despedirme de la familia y volver a mi tanatorio.
Pasaron varios entierros en el cementerio de Aljucer sin coincidir con el niño, pero un día lo vi de nuevo. Al entrar en la calle de la fosa de mi abuelo, vi a la mujer sentada sobre la lápida, acariciando la foto y al niño jugando con un coche de juguete poco más grande que su mano.
Me dirigí a la tumba de mi abuelo a saludarlo, y el niño cuando me vio, fue hasta mi pegando saltitos.
-Hola-dijo el niño.
-Hola amigo- le contesté.
-¿Me das un caramelo?- dijo el niño mientras sonreía y señalaba el bolsillo de mi chaqueta. (¿Cómo sabia el niño que tenía caramelos en el bolsillo de la chaqueta?)
Saqué tres o cuatro caramelos y se los di.
-Gracias- y se marchó.
No le di mayor importancia y me marché. Pasó algún tiempo y volví a verlo, por tercera vez.
Cuando me vio, vino a saludarme y yo, que siempre tenía caramelos en el bolsillo los saqué antes de que llegase, estirando mi mano para dárselos.
El chiquillo, venía con una sonrisa en la cara, cogió los caramelos y dijo:
-Gracias.
-¿Dónde está tu madre?- le pregunté.
-Ha ido ha hablar con una vecina.
-¿Y te deja aquí solo?
-No pasa nada, le ha dicho a los demás que me vigilen.
Por un momento, miré alrededor y no había nadie.
-¿Te acuerdas de la primera vez que me viste?
-Claro, tu abuelo se puso muy contento. Cuando te fuiste me contó una historia muy divertida del día que te caíste a la acequia y llegaste a su casa lleno de barro hasta la cintura.
Yo no sabía que decir al oír esas palabras. Y el chico siguió diciendo:
-Y todo por salvar a un perro que se había colado, (jajajaja) -reía- tu abuelo es muy gracioso contando las cosas, me cae muy bien.
-¿Hablas con mi abuelo? -pregunté.
-Si!!! me cae muy bien!!!
-Antonio, ven aquí, que nos vamos.
-Voy-contestó él.
-Adiós, me gustan mucho tus caramelos.
Y se marchó con su madre. Yo no podía creer lo que el chico me había dicho, pero lo que si era cierto, es que la historia que dijo que mi abuelo le había contado, ocurrió y era una historia que mi abuelo le contaba a todo el mundo cuando le preguntaban si yo era bueno. Me sentí tentado en ir a hablar con la madre, para preguntarle por lo que me había dicho el chico, pero pensé que lo haría la próxima vez, además, estaba trabajando y yo también tenia que irme.
Lo que me contó el niño, me tubo sin dormir durante toda la noche, ¿Cómo era posible que aquel niño tan pequeño conociese esa historia que contaba mi abuelo?¿realmente podía ver y hablar con los muertos? Decidí ir al cementerio a ver si veía a ese niño otra vez, aún cuando no trabajase, necesitaba una respuesta. Me acercaría a la madre y hablaría con ella, pero ¿me tomaría por un tipo raro? ¿pensaría que estaba loco? Pero tenia que hacerlo, seguramente ella ya sabía del don de su hijo, al fin y al cabo era su madre.
Al día siguiente, cuando terminé de trabajar fui al cementerio con intención de encontrarlos allí.
Al entrar, pude ver a la mujer que estaba limpiando la fosa la primera vez que los vi. Estaba cogiendo agua en la fuente para volver a limpiar la lápida. Así que pensé que había tenido suerte.
Primero fui a saludar a mi abuelo, pero desde allí no vi al chico. En ese momento, junto a mi, pasó la mujer que limpiaba la lápida. Llegó a la fosa y empezó a limpiarla.
Viendo que no estaban el chico ni su madre, decidí acercarme a hablar con esta mujer con el fin de saber si me podía poner en contacto con la madre.
Saludé a la señora y me quedé perplejo, al ver que en la fosa habían dos fotos, las de la madre y el hijo a los que yo buscaba, pregunté si era familiar, y me dijo la señora que si, que eran su madre y su hermano mayor, que fallecieron cuando ella tenía seis años en un accidente de tráfico, hacia ya cincuenta años.
En ese momento y aún hoy, se me ponen los pelos de punta cada vez que lo recuerdo. No le conté nada a la señora, le pedí disculpas por mi curiosidad y me marché.
Nunca más volví a ver al chico ni a su madre, pero cada vez que visito a mi abuelo, visito a mi amigo Antonio y le dejo algún caramelo sobre la lápida.
D.E.P.
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